TRAVELS-MAN
(EL HOMBRE RANA)
CAPÍTULO I
Mi barrio es un lugar genial porque el ingenio siempre surgió
a raudales. Lo llevábamos en los genes ya que nuestras madres fueron las
creadoras de la inspiración y la agudeza, tenían que ingeniárselas del
"carajo" para con un solo sueldo dar de comer a tantas cabezas.
Vivíamos entre el Ying y el Yang, en el equilibrio perfecto,
campo y playa, gasolina y arsenal. ¿Para qué pensar en el futuro? siendo lo más
lógico que a golpe de segundero con un simple... ¡BOOOON! nos fuésemos "a
tomar por culo".
Existíamos improvisadamente. Siendo en una de esas cuando a
un jovenzuelo le entró un retortijón y acuclillado tras unos juncos comenzó su
descarga larga y sonora, ya que solo hacía dos horas que con un trozo de
migajón le había dado dos vueltas al ruedo a un hermoso plato de habichuelas
con babetas.
Las ranas comenzaron a croar, no sé si con ánimos de quejarse
ante la pedorreta o por creerse que se trataba de una conversación. Un mosquito
trompetero que se mantenía de vigilante no pudo abstraerse ante aquel culo
sonrosado del que pendía un mojón balanceante.
Desde su torre vigía en el junco madre, se lanzó en picado
clavando certeramente su aguijón en la nalga derecha. Fue absorbiendo con tal
ansiedad que bajo sus alas el abdomen se fue transformando hasta parecer un
"morcón serrano".
Ante la picazón el joven lanzó un manotazo con dirección
cinco grados a la derecha del cerete, pero no alcanzó el objetivo ya que con
anterioridad una rana diligente que observó como el mosquito había engordado,
desenroscó su pegajosa lengua y en un alarde de puntería adhirió el insecto a
tan pegajoso apéndice no sin antes dejar una muestra de salivar en el culo del
chaval.
Cuando se dio el "cate" en la nalga lo único que
consiguió fue inyectar por el agujero que había dejado el dichoso trompetero la
saliva de la rana, conectando esta con el caudal sanguíneo y contaminando todas
las células corporales del cagón.
En principio el no notó nada extraño en su organismo, a
excepción de que ya habían desaparecido los retortijones.
Fue más tarde, cuando se dispuso a llamar a su madre desde la
calle y tras el grito de:
- ¡Omáááá!
Surgió de su boca una lengua de tal medida que alcanzó a
pegarse en el cristal del salón del segundo derecha. Asustado comenzó a jalar
de la sin hueso para devolverla a su cavidad natural donde le dejó en el
paladar un extraño regusto a Cristasol.
Aterrorizado con lo ocurrido su mente se puso en alerta y
mandó a la vista la orden de investigar para saber si alguien había sido testigo
de lo sucedido. Miró arriba, abajo, a derecha e izquierda y al parecer hubo
suerte, con lo que su secreto en principio permanecería oculto.
Dudó si contárselo a su mejor amigo, pero sabía perfectamente
que un acontecimiento como ese era muy difícil de mantener en el anonimato. No
tardaría ni un día, en un simple rato ya pesaría sobre su cabeza y para toda la
vida el “mote” del LENGUA. Porque para eso no malgastábamos el ingenio… al
bizco, bizco, al cabezón, cabezón, al que tenía gafas, el gafa, al cojo, cojo,
al gordo, gordo y así sucesivamente, no había por qué calentarse la mente y “al
que Dios se la dio, que San Pedro se la bendiga”.
Lleno de dudas e interrogantes se encerró en su habitación
deseando que aquello se tratase de un mal sueño. Soltó la cuerda de la persiana
y esta se desenrolló dejando el cuarto en penumbras, echó el pestillo de la
puerta y ya con esto se encontró más seguro.
Se acostó sobre la cama sin quitar la colcha, era consciente
de que aquello le costaría la “bronca” correspondiente pero en aquel momento
ese era el menor de sus problemas, comenzó lentamente a dejar caer su mandíbula
inferior, le temblaban los labios como si fuese a llorar mientras su
articulación maxilofacial continuaba girando como las bisagras de un castillo,
pero sin tanto chirrido… ¡tampoco es cuestión de tanto exagerar!
Cuando la apertura, más o menos, iba por la mitad sintió tras
su aliento y por la campanilla un roce gutural
parecido al de un gargajo con vida propia, que ajeno a su control surgió
desde su interior a la velocidad de un balín o perdigón y se estampó contra la
pared a la búsqueda de los pechos que lucía la Raquel Welch en un poster de
James Bon.
Aquello era para volverse loco, se había confirmado la puta
realidad ¿cómo afrontar aquel reto sobrenatural con el que la vida te había
salpicado? ¿sería un bien o un mal? Al menos tenía claro que en el tema del
placer su lengua era una fuera de serie. No le hizo falta la certificación de
un galeno para demostrar que aquello era más que bueno, extraordinario. Se
relamió la entrepierna al igual que un “can” hasta quedar con los ojos vueltos
y sin problemas de cervicales.