martes, 23 de abril de 2013


TRAVELS-MAN
(EL HOMBRE RANA)
CAPÍTULO I
Mi barrio es un lugar genial porque el ingenio siempre surgió a raudales. Lo llevábamos en los genes ya que nuestras madres fueron las creadoras de la inspiración y la agudeza, tenían que ingeniárselas del "carajo" para con un solo sueldo dar de comer a tantas cabezas.
Vivíamos entre el Ying y el Yang, en el equilibrio perfecto, campo y playa, gasolina y arsenal. ¿Para qué pensar en el futuro? siendo lo más lógico que a golpe de segundero con un simple... ¡BOOOON! nos fuésemos "a tomar por culo".
Existíamos improvisadamente. Siendo en una de esas cuando a un jovenzuelo le entró un retortijón y acuclillado tras unos juncos comenzó su descarga larga y sonora, ya que solo hacía dos horas que con un trozo de migajón le había dado dos vueltas al ruedo a un hermoso plato de habichuelas con babetas.
Las ranas comenzaron a croar, no sé si con ánimos de quejarse ante la pedorreta o por creerse que se trataba de una conversación. Un mosquito trompetero que se mantenía de vigilante no pudo abstraerse ante aquel culo sonrosado del que pendía un mojón balanceante.
Desde su torre vigía en el junco madre, se lanzó en picado clavando certeramente su aguijón en la nalga derecha. Fue absorbiendo con tal ansiedad que bajo sus alas el abdomen se fue transformando hasta parecer un "morcón serrano".
Ante la picazón el joven lanzó un manotazo con dirección cinco grados a la derecha del cerete, pero no alcanzó el objetivo ya que con anterioridad una rana diligente que observó como el mosquito había engordado, desenroscó su pegajosa lengua y en un alarde de puntería adhirió el insecto a tan pegajoso apéndice no sin antes dejar una muestra de salivar en el culo del chaval.
Cuando se dio el "cate" en la nalga lo único que consiguió fue inyectar por el agujero que había dejado el dichoso trompetero la saliva de la rana, conectando esta con el caudal sanguíneo y contaminando todas las células corporales del cagón.
En principio el no notó nada extraño en su organismo, a excepción de que ya habían desaparecido los retortijones.
Fue más tarde, cuando se dispuso a llamar a su madre desde la calle y tras el grito de:
- ¡Omáááá!
Surgió de su boca una lengua de tal medida que alcanzó a pegarse en el cristal del salón del segundo derecha. Asustado comenzó a jalar de la sin hueso para devolverla a su cavidad natural donde le dejó en el paladar un extraño regusto a Cristasol.
Aterrorizado con lo ocurrido su mente se puso en alerta y mandó a la vista la orden de investigar para saber si alguien había sido testigo de lo sucedido. Miró arriba, abajo, a derecha e izquierda y al parecer hubo suerte, con lo que su secreto en principio permanecería oculto.
Dudó si contárselo a su mejor amigo, pero sabía perfectamente que un acontecimiento como ese era muy difícil de mantener en el anonimato. No tardaría ni un día, en un simple rato ya pesaría sobre su cabeza y para toda la vida el “mote” del LENGUA. Porque para eso no malgastábamos el ingenio… al bizco, bizco, al cabezón, cabezón, al que tenía gafas, el gafa, al cojo, cojo, al gordo, gordo y así sucesivamente, no había por qué calentarse la mente y “al que Dios se la dio, que San Pedro se la bendiga”.
Lleno de dudas e interrogantes se encerró en su habitación deseando que aquello se tratase de un mal sueño. Soltó la cuerda de la persiana y esta se desenrolló dejando el cuarto en penumbras, echó el pestillo de la puerta y ya con esto se encontró más seguro.
Se acostó sobre la cama sin quitar la colcha, era consciente de que aquello le costaría la “bronca” correspondiente pero en aquel momento ese era el menor de sus problemas, comenzó lentamente a dejar caer su mandíbula inferior, le temblaban los labios como si fuese a llorar mientras su articulación maxilofacial continuaba girando como las bisagras de un castillo, pero sin tanto chirrido… ¡tampoco es cuestión de tanto exagerar!
Cuando la apertura, más o menos, iba por la mitad sintió tras su aliento y por la campanilla un roce gutural  parecido al de un gargajo con vida propia, que ajeno a su control surgió desde su interior a la velocidad de un balín o perdigón y se estampó contra la pared a la búsqueda de los pechos que lucía la Raquel Welch en un poster de James Bon.
Aquello era para volverse loco, se había confirmado la puta realidad ¿cómo afrontar aquel reto sobrenatural con el que la vida te había salpicado? ¿sería un bien o un mal? Al menos tenía claro que en el tema del placer su lengua era una fuera de serie. No le hizo falta la certificación de un galeno para demostrar que aquello era más que bueno, extraordinario. Se relamió la entrepierna al igual que un “can” hasta quedar con los ojos vueltos y sin problemas de cervicales.

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