LA SAETA
Eran las 3.30 horas de la Madrugá sevillana. Manué, gitano
con duende y de gran categoría lucía
como un maniquí de Tinoco en su balcón de la calle Cuna. Acababa de meterse dos
lingotazos de DIC para calmar los nervios y limpiose la comisura de los labios
con un pañuelo de lunares que adornaba el bolsillo de su chaqueta, lo volvió a
doblar con gran maestría colocándolo en su lugar de origen.
Giró la cabeza para contemplar como por la esquina hacía su
aparición la cruz de guía, encogió sus dedos para asir el borde de la bocamanga
y con el brazo encogido lo fue dirigiendo hasta el escudo de oro de su Hermandád
que pendía del ojal. Lo frotó para que
aun reluciese más, el reflejo de las farolas obligó a los vecinos de enfrente a
que se pusiesen las gafas de sol.
Manué llevaba dos semanas ensayando la saeta, lo hacía para
sus adentros. El ya se imaginaba en su última bocaná del quejío la calle puesta
en píe gritando ¡ole! y a su Cristo de la Sentencia guiñándole un ojo, aunque
eso iba a ser más difícil ya que la talla es de madera y como no le pusiesen
una bisagra en el parpado lo iba a tener complicado, aunque siendo el hijo de
quien es todo era posible.
Tenía un mal presentimiento que se hizo más evidente cuando
vio que el primer penitente en vez de ir descalzo llevaba botas de agua. Corrió
de nuevo al mueble bar y en un plis plas fundió el gollete con el gaznate y
medio litro de whisky pasó del vidrio al estomago sin hacer parada intermedia.
Ante la llegada de aquel momento tan esperado y las visitas al botellero, la euforia le iba
embargando siendo tanta la emoción y la impaciencia que no se daba cuenta de lo
que ocurría a sus pies.
Los capirotes de los penitentes de cartón y empapados por la
lluvia, caían sobre sus espaldas como mangas pasteleras. El 112 intentaba reanimar
al del trombón, pues fue tal el chaparrón que en mitad de una marcha el
instrumento le hizo de embudo y si no llega a ser porque un negro que vendía
paraguas le vio los ojos muy saltones hoy la banda solo la forman tres o cuatro
como los Rolling Stones.
Impasible en su balcón agarrado al pretil y con la vista
puesta en el cielo, en un gesto muy torero como Rafael de Paula o Curro Romero
mirando al tendido ya solo esperaba la llegada del sonido de los tambores, el
olor a incienso y flores para bajar la vista y dedicarle a su Cristo la mejor
saeta del mundo jamás cantada.
Aún con la mirada perdida Manué fue entonando un lamento, una
mano al aire la otra en el pecho. En la calle se hizo el silencio, solo la voz
acompañada del repicar de baquetas sobre las cajas chinas. El misticismo se
palpaba en el ambiente.
Lentamente al iniciar su segundo ¡Ayyyyyyy! el gitano fue
bajando la barbilla con temple y arte buscando con su mirada la imagen que
tanto veneraba.
La calle volvió a enmudecer, pues cuando vio al Cristo
cubierto con un capote de la guardia civil, se le olvidó de la saeta y de lo
más profundo de su corazón solo le llegó hasta su voz un improvisado "ME
CAGO EN TO SUS MUERTOS".
Manué cerró el balcón, agarro la media botella y marchó a sus
aposentos y desde aquel momento solo se le ve feliz cuando grita ¡Bien Judas...
bien picha!
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