domingo, 31 de marzo de 2013


LA SAETA

Eran las 3.30 horas de la Madrugá sevillana. Manué, gitano con duende y  de gran categoría lucía como un maniquí de Tinoco en su balcón de la calle Cuna. Acababa de meterse dos lingotazos de DIC para calmar los nervios y limpiose la comisura de los labios con un pañuelo de lunares que adornaba el bolsillo de su chaqueta, lo volvió a doblar con gran maestría colocándolo en su lugar de origen.
Giró la cabeza para contemplar como por la esquina hacía su aparición la cruz de guía, encogió sus dedos para asir el borde de la bocamanga y con el brazo encogido lo fue dirigiendo hasta el escudo de oro de su Hermandád  que pendía del ojal. Lo frotó para que aun reluciese más, el reflejo de las farolas obligó a los vecinos de enfrente a que se pusiesen las gafas de sol.
Manué llevaba dos semanas ensayando la saeta, lo hacía para sus adentros. El ya se imaginaba en su última bocaná del quejío la calle puesta en píe gritando ¡ole! y a su Cristo de la Sentencia guiñándole un ojo, aunque eso iba a ser más difícil ya que la talla es de madera y como no le pusiesen una bisagra en el parpado lo iba a tener complicado, aunque siendo el hijo de quien es todo era posible.
Tenía un mal presentimiento que se hizo más evidente cuando vio que el primer penitente en vez de ir descalzo llevaba botas de agua. Corrió de nuevo al mueble bar y en un plis plas fundió el gollete con el gaznate y medio litro de whisky pasó del vidrio al estomago sin hacer parada intermedia.
Ante la llegada de aquel momento tan esperado y  las visitas al botellero, la euforia le iba embargando siendo tanta la emoción y la impaciencia que no se daba cuenta de lo que ocurría a sus pies.
Los capirotes de los penitentes de cartón y empapados por la lluvia, caían sobre sus espaldas como mangas pasteleras. El 112 intentaba reanimar al del trombón, pues fue tal el chaparrón que en mitad de una marcha el instrumento le hizo de embudo y si no llega a ser porque un negro que vendía paraguas le vio los ojos muy saltones hoy la banda solo la forman tres o cuatro como los Rolling Stones.
Impasible en su balcón agarrado al pretil y con la vista puesta en el cielo, en un gesto muy torero como Rafael de Paula o Curro Romero mirando al tendido ya solo esperaba la llegada del sonido de los tambores, el olor a incienso y flores para bajar la vista y dedicarle a su Cristo la mejor saeta del mundo jamás cantada.
Aún con la mirada perdida Manué fue entonando un lamento, una mano al aire la otra en el pecho. En la calle se hizo el silencio, solo la voz acompañada del repicar de baquetas sobre las cajas chinas. El misticismo se palpaba en el ambiente.
Lentamente al iniciar su segundo ¡Ayyyyyyy! el gitano fue bajando la barbilla con temple y arte buscando con su mirada la imagen que tanto veneraba.
La calle volvió a enmudecer, pues cuando vio al Cristo cubierto con un capote de la guardia civil, se le olvidó de la saeta y de lo más profundo de su corazón solo le llegó hasta su voz un improvisado "ME CAGO EN TO SUS MUERTOS".
Manué cerró el balcón, agarro la media botella y marchó a sus aposentos y desde aquel momento solo se le ve feliz cuando grita ¡Bien Judas... bien picha!

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