lunes, 4 de febrero de 2013


MANERAS DE VIVIR Y MORIR

Reposando en su sillón de orejeras respiraba serenamente sin que le viniese a la mente ninguna aspiración. Hacía tiempo que se asomaba al mundo desde aquella ventana artificial y aunque muchos lo arengaban a salir para recibir vitaminas del sol, él se negaba alegando sentirse a gusto entre aquellas cuatro paredes.
Abducido por la pantalla todo lo había poseído por lo que nada anhelaba. Había hecho el amor con las mujeres más deseadas, viajó por todo el mundo llegando a la cumbre del Everest y bajando a las profundidades de los océanos, convivió con otras razas conociendo sus costumbres y religiones, la muerte le acompañó en las trincheras de absurdas guerras, se codeó con mendigos y reyes, rió, lloró.
Ficción y realidad estaban separadas por un hilo tan fino que no le merecía la pena cortar. En su anterior vida habían sido tantos los desengaños y sinsabores que optó por hacer de su existencia un cuento, sabiendo que todo era una quimera prefirió quedarse dentro de su burbuja ya que lo que había fuera lo conocía y no le aportaba beneficios ni satisfacciones.
Mordisqueaba un trozo de pan mientras el chef más prestigioso le preparaba el mejor de los manjares, en su imaginación le sacaba jugo de caviar a la masa ensalivada saboreando un espejismo.
Con solo pulsar un botón se quitaba de encima los molestos moscardones, las conversaciones aburridas y los acompañantes innecesarios; Era como ser su propio dios desde aquel sillón y con el cetro a distancia  hacía y deshacía a su antojo.
No le importaba que lo tacharan de antisocial, pues fue él quien  libremente tomó la decisión de aislarse. Se hizo ermitaño sin pretensiones de que lo premiasen con la gracia divina, sencillamente era feliz con su soledad.
Una mañana al sentarse en el sillón se sintió incómodo, fue pulsando los distintos canales sin llegar a encontrar nada interesante. Se levantó y con paso cansino se acerco hasta la cocina, abrió la puerta del frigorífico pero no vio nada apetecible; entonces recordó que en la despensa permanecía colgado en el olvido aquel salchichón de las últimas navidades. Lo encontró intacto, descolgándolo lo recostó sobre la tabla de madera y lo fue cortando con parsimonia mientras se lo comía al igual que la sagrada forma en su primera comunión.
Ayudándose del pan acabó con el embutido, aun llevaba en su boca el sabor a pimienta cuando tapó el desagüe del baño y abrió la llave del grifo.
No le dejó paso a la reflexión, se fue desnudando con la misma templanza con la que rebanó al salchichón. La decisión ya estaba tomada, introdujo el cuerpo en el agua helada sin esperar a las dos horas de digestión.
No fue una muerte dulce, más bien picante por efecto de la pimienta. El forense tuvo que exprimir el cadáver antes de hacerle la autopsia para no oxidar el instrumental y se limitó a certificar fríamente la causa del fallecimiento como HIDROCUCIÓN , para los no doctos... CORTE DE DIGESTIÓN.

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