MANERAS DE VIVIR Y
MORIR
Reposando en su sillón de orejeras respiraba serenamente sin
que le viniese a la mente ninguna aspiración. Hacía tiempo que se asomaba al
mundo desde aquella ventana artificial y aunque muchos lo arengaban a salir
para recibir vitaminas del sol, él se negaba alegando sentirse a gusto entre
aquellas cuatro paredes.
Abducido por la pantalla todo lo había poseído por lo que
nada anhelaba. Había hecho el amor con las mujeres más deseadas, viajó por todo
el mundo llegando a la cumbre del Everest y bajando a las profundidades de los
océanos, convivió con otras razas conociendo sus costumbres y religiones, la
muerte le acompañó en las trincheras de absurdas guerras, se codeó con mendigos
y reyes, rió, lloró.
Ficción y realidad estaban separadas por un hilo tan fino que
no le merecía la pena cortar. En su anterior vida habían sido tantos los
desengaños y sinsabores que optó por hacer de su existencia un cuento, sabiendo
que todo era una quimera prefirió quedarse dentro de su burbuja ya que lo que
había fuera lo conocía y no le aportaba beneficios ni satisfacciones.
Mordisqueaba un trozo de pan mientras el chef más prestigioso
le preparaba el mejor de los manjares, en su imaginación le sacaba jugo de
caviar a la masa ensalivada saboreando un espejismo.
Con solo pulsar un botón se quitaba de encima los molestos
moscardones, las conversaciones aburridas y los acompañantes innecesarios; Era
como ser su propio dios desde aquel sillón y con el cetro a distancia hacía y deshacía a su antojo.
No le importaba que lo tacharan de antisocial, pues fue él
quien libremente tomó la decisión de
aislarse. Se hizo ermitaño sin pretensiones de que lo premiasen con la gracia
divina, sencillamente era feliz con su soledad.
Una mañana al sentarse en el sillón se sintió incómodo, fue
pulsando los distintos canales sin llegar a encontrar nada interesante. Se
levantó y con paso cansino se acerco hasta la cocina, abrió la puerta del
frigorífico pero no vio nada apetecible; entonces recordó que en la despensa
permanecía colgado en el olvido aquel salchichón de las últimas navidades. Lo
encontró intacto, descolgándolo lo recostó sobre la tabla de madera y lo fue
cortando con parsimonia mientras se lo comía al igual que la sagrada forma en
su primera comunión.
Ayudándose del pan acabó con el embutido, aun llevaba en su
boca el sabor a pimienta cuando tapó el desagüe del baño y abrió la llave del
grifo.
No le dejó paso a la reflexión, se fue desnudando con la
misma templanza con la que rebanó al salchichón. La decisión ya estaba tomada,
introdujo el cuerpo en el agua helada sin esperar a las dos horas de digestión.
No fue una muerte dulce, más bien picante por efecto de la
pimienta. El forense tuvo que exprimir el cadáver antes de hacerle la autopsia
para no oxidar el instrumental y se limitó a certificar fríamente la causa del
fallecimiento como HIDROCUCIÓN , para los no doctos... CORTE DE DIGESTIÓN.
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