lunes, 28 de enero de 2013


¡QUE  LUCHA!

En la década de los 60 el suministro de energía eléctrica al barrio dejaba mucho que desear, los apagones eran frecuentes aunque tampoco los vecinos se quejaban mucho ya que lo más normal es que estuviesen a dos velas o por su condición de población marinera o porque la de Ubrique estaba más tiesa que la mojama.
Tampoco es que la electricidad tuviese tanta utilidad como ahora que se ha convertido en algo vital, pues si observamos a nuestro alrededor estamos totalmente robotizados; ¡pensadlo bien!... no existe casi nada que podamos hacer sin necesidad de un cable o unas pilas. Hasta para trabajar, mientras antes te colocabas con una buena tarjeta ahora es necesario tener un buen enchufe.
Por aquella época tras ponerse el sol, Puntales se sumía en una penumbra debido a que iluminación urbana brillaba por su ausencia y eficacia, nos guiábamos por las luces de los comercios que permanecían abiertos hasta altas horas.
Para jugar al “esconder” nos venía de perlas pues entre la poca luz y nuestro camuflaje perenne efecto de la mezcla entre sudor y  polvo del carbón de la central térmica, nos hacía niños opacos excelentes actores para teatros de sombras chinescas (los niños negros y los padres “MORAOS”) Hubiésemos sido buenos extras para la película “El minero” cuyo protagonista fue Antonio Molina, pero el destino quiso que la única película de la que rodaron algunas escenas fuera “El Amor Brujo” donde solo hicieron unas breves actuaciones “el Ongue” y algunos trabajadores del varadero de Vilela.
Nunca fuimos xenófobos pues solo se nos distinguía por nuestro auténtico color el domingo de mañana, ya que la noche anterior con jabón “Lagarto” y champú “Sindo” al huevo nos daban el repaso semanal a base de ollas de agua caliente y palangana. El resto del tiempo permanecíamos políticamente correcto de color y sin corrección; negros como los cojones del burro “Caramelo”.
El termo eléctrico para poderte duchar con agua caliente llegó años después, el problema era que con tantos niños por casa no daba abasto y para coger la ducha de los primeros había hasta puñetazos ya que a partir del tercero el agua llegaba templada y del quinto en adelante ponerse bajo el agua era un martirio chino; tanto es así que aunque me tachen de cochino más de una vez me mojabas solo el pelo, hacía el “paripé” y hasta la siguiente semana para no dar mucho el cante me iba defendiendo con robar unas gotas de “Varón Dandy” de mis hermanos mayores. Entre el “Varón Dandy” y el sudor si algún mosquito te picaba cogía tal colocón que terminaba con Paco Kuriaky acompañándole al trombón en Vals de las mariposas.
Telefonía casi nula, televisión inexistente, pero nunca te aburrías teniendo, la plaza, el campillo, los juncos, el bosque, la playa y la corriente. Si tardabas mucho en volver  tu madre haciendo un alarde de Monserrat Caballé te daba un grito desde la ventana que aunque tú no tuvieses gana no te quedaba más remedio que presentarte con premura, pues haber como cojones le explicabas que no tenías cobertura.
Portones blindados, video porteros, alarmas, sensación de inseguridad. Todo lo que nos parece tan corriente en nuestra actual sociedad; en aquellos instante lo hubiésemos visto como algo delirante e innecesario. Las casas permanecían con las puertas de par en par, como mucho unas cortinas para tener un poco de intimidad; aunque quien pretendía tener intimidad en sesenta metros cuadrados y cohabitando con ocho o diez más, habría que estar “tarao”, pero además ¿cómo ibas a cerrar la puerta?... si aquello era como el camarote de los Hermanos Marx, entrando y saliendo gente continuamente. Para colmo imaginaos cuando el mismo domicilio es una consulta de prótesis dental… ¡efectivamente! tenías la sensación de vivir en medio de la calle Ancha; yo creo que los guionistas del “Gran Hermano” se inspiraron en mi casa.
Hoy solo desearía que la solidaridad y el compartir hubiesen evolucionado como las tecnologías, para que este barrio donde nacimos llevase por todo el mundo a su torre como ese icono de la manzana con el “bocao”, pero haciendo alarde de esa amistad o hermandad de la que tan orgullosos nos sentimos…¡No, Ni, Ná!

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