Con
tan solo una piedra
Son pinceladas mentales las
que me aíslan, me abstraen , me llevan a otros momentos donde volando el
pensamiento me devuelve a la niñez. No es que sean grandes historias pero sí se
me agudizan los sentidos y aprecio como se hunde la arena bajo mis pies dejando
grabadas las huellas de aquel cazado de goma hecho para veranos de pobres. Me
agacho para coger una piedra húmeda que la marea ha ido limpiando y puliendo
con el paso del tiempo, esa misma marea que con proceso inverso arruga y quema
a golpe de sal el rostro del marinero.
Hace levante en calma, la
mar como un espejo les niega a las olas luzcan sus blancos encajes, no hay
viajes de ida y vuelta que les permitan murmurar. Solo rompe el silencio el
graznido de una gaviota que posada sobre la proa de un bote lanza su grito al
viento, al no obtener respuesta gira la cabeza y mete el pico bajo el ala acicalándose
el plumaje.
Lanzo la piedra con maestría,
cómo solo pueden hacerlo aquellos que nacieron a orillas de la bahía, dando
dos, tres, cuatro... hasta diez saltos sobre el espejo marino sin llegarlo a romper,
aunque deformado la imagen de todo lo reflejado y creando ondas que crecen en círculos
perfectos que se difuminan en un lento balanceo, mientras camino de su lecho
junto a un cangrejo ermitaño va hundiéndose la pelua llevada por su propia
inercia.
¿Cómo poder expresar que el
hecho de lanzar una piedra puede producir un efecto tan agradable?
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