lunes, 14 de mayo de 2012


CON LA MALETA A CUESTAS

De su hombro colgaba una curtida, pesada y deforme cartera de cuero con su uniforme gris y gorra de plato, era Antonio el cartero el que de portal en portal o de patio en patio anunciaba la llegada del correo con un silbato y tras estridente sonido  pregonaba  nombres y apellidos de los que ansiaban noticias de familiares queridos.
Ruidos de portones, redobles de chancletas bajando los escalones, mujeres y niños impacientes corren en búsqueda del remitente que Antonio les entrega en mano.
Padres, hijos, esposos o hermanos a los que un día desde el andén de la estación usaron el pañuelo para decirles adiós y enjugar sus lágrimas, mientras los veían marchar en un desvencijado tren camino del extranjero.
Ya en su casa usaba el cuchillo de cocina y por el bisel del sobre metía la hoja de acero y con la pericia de un cirujano cortaba el papel, mientras de sus párpados brotaba una gota de rocío salado que recorriendo su mejilla abandonaba su cara hasta estrellarse en el sello y diluir la tinta donde se estampó la fecha de salida. Una vez abierto el sobre metía en él su nariz para recordar el olor, el perfume de su hombre.
Como si fuese un ritual desdoblaba aquel papel, primero leía el final buscando ese “te quiero” que con cuidada caligrafía le dedicaba su compañero. Entre las hojas resbaló una fotografía donde Rafael le sonreía en un paisaje nevado, al principio le invadió la alegría, después se quedó pensando que esa sonrisa escondía el frio que estaba pasando.
Cogió a uno de sus hijos en los brazos y señalándole la foto le repetía una y otra vez:
-¡Mira este es papá!
Era su deber recordarle al pequeño que él tenía padre como los demás niños, que aunque no pudiese abrazarlo ni darle un beso de buenas noches es porque estaba lejos dejándose el pellejo para que ellos no pasasen penurias. Tenía que educar con la dulzura de la mujer con la rectitud del hombre, tirar del carro de la familia sin repartir la carga.
Eran muchos los momentos en que libre el pensamiento le jugaba malas pasadas, se volvía irritable, se le cruzaban los cables, la mente le martilleaba ¿cómo dejar de pensar en la posibilidad de que alguna rubia alemana engatusara a su hombre y su vida se derrumbara de la noche a la mañana? Cuantos meses, cuantas semanas, cuantos días con sus noches sin tener en su cama ese cuerpo al que abrazar. Fueron muchas madrugadas en vela, sola, sola con su soledad, o angustiada por una fiebre traidora que intentaba  aliviar  acariciando una frente angelical con paños de agua fría. Sola con el sufrimiento, sola con el padecer.
Rosario y su lucha constante, esto le tocó vivir por ser mujer de emigrante.
Ella mejor que nadie puede sentir el dolor de aquellas familias que ven ahogadas sus esperanzas en una franja de mar que separa continentes, ella nunca negará el pan ni el consuelo al inmigrante legal o ilegal, ella no entiende a un gobierno que les niega la asistencia sanitaria, ella pidió explicación a ese que llamaban dios y que le arrebató a su marido y sus hijos, ella renegó de aquella religión que abarcaba riquezas mientras a sus puertas morían niños de hambre y sufrían la pobreza, ella no comprende cómo se puede juzgar por el color de la piel. Para ella todos le recuerdan a su amado Rafael.

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