CON
LA MALETA A CUESTAS
De su hombro colgaba una
curtida, pesada y deforme cartera de cuero con su uniforme gris y gorra de
plato, era Antonio el cartero el que de portal en portal o de patio en patio
anunciaba la llegada del correo con un silbato y tras estridente sonido pregonaba nombres y apellidos de los que ansiaban
noticias de familiares queridos.
Ruidos de portones, redobles
de chancletas bajando los escalones, mujeres y niños impacientes corren en
búsqueda del remitente que Antonio les entrega en mano.
Padres, hijos, esposos o
hermanos a los que un día desde el andén de la estación usaron el pañuelo para
decirles adiós y enjugar sus lágrimas, mientras los veían marchar en un
desvencijado tren camino del extranjero.
Ya en su casa usaba el
cuchillo de cocina y por el bisel del sobre metía la hoja de acero y con la
pericia de un cirujano cortaba el papel, mientras de sus párpados brotaba una
gota de rocío salado que recorriendo su mejilla abandonaba su cara hasta estrellarse
en el sello y diluir la tinta donde se estampó la fecha de salida. Una vez
abierto el sobre metía en él su nariz para recordar el olor, el perfume de su
hombre.
Como si fuese un ritual
desdoblaba aquel papel, primero leía el final buscando ese “te quiero” que con
cuidada caligrafía le dedicaba su compañero. Entre las hojas resbaló una
fotografía donde Rafael le sonreía en un paisaje nevado, al principio le
invadió la alegría, después se quedó pensando que esa sonrisa escondía el frio
que estaba pasando.
Cogió a uno de sus hijos en
los brazos y señalándole la foto le repetía una y otra vez:
-¡Mira este es papá!
Era su deber recordarle al
pequeño que él tenía padre como los demás niños, que aunque no pudiese
abrazarlo ni darle un beso de buenas noches es porque estaba lejos dejándose el
pellejo para que ellos no pasasen penurias. Tenía que educar con la dulzura de
la mujer con la rectitud del hombre, tirar del carro de la familia sin repartir
la carga.
Eran muchos los momentos en
que libre el pensamiento le jugaba malas pasadas, se volvía irritable, se le
cruzaban los cables, la mente le martilleaba ¿cómo dejar de pensar en la
posibilidad de que alguna rubia alemana engatusara a su hombre y su vida se
derrumbara de la noche a la mañana? Cuantos meses, cuantas semanas, cuantos
días con sus noches sin tener en su cama ese cuerpo al que abrazar. Fueron
muchas madrugadas en vela, sola, sola con su soledad, o angustiada por una
fiebre traidora que intentaba
aliviar acariciando una frente
angelical con paños de agua fría. Sola con el sufrimiento, sola con el padecer.
Rosario y su lucha
constante, esto le tocó vivir por ser mujer de emigrante.
Ella mejor que nadie puede
sentir el dolor de aquellas familias que ven ahogadas sus esperanzas en una
franja de mar que separa continentes, ella nunca negará el pan ni el consuelo
al inmigrante legal o ilegal, ella no entiende a un gobierno que les niega la
asistencia sanitaria, ella pidió explicación a ese que llamaban dios y que le
arrebató a su marido y sus hijos, ella renegó de aquella religión que abarcaba
riquezas mientras a sus puertas morían niños de hambre y sufrían la pobreza,
ella no comprende cómo se puede juzgar por el color de la piel. Para ella todos
le recuerdan a su amado Rafael.
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