LA
VIDA NO TRAE PROSPECTO
Dicen que la pereza es la
madre de todos los vicios y yo como buen hijo siempre quise mucho a mi madre. No
es que yo fuese flojo simplemente era lento de pensamientos, además mi cerebro
no tenía don de mando con lo que el aparato locomotor no le hacía ni puñetero
caso, me costaba trabajo hasta respirar pero desarrollaba mis pulmones
bostezando. Si algún día me levantaba con ánimos de hacer algo enseguida
reaccionaba y le pedía el termómetro a mi madre, ya que seguro que tenía más de
cuarenta de fiebre y estaba delirando.
Pensaba mucho en cambiar,
pero el tanto pensar me creaba ansiedad y esa ansiedad me estaba matando poco a
poco, con lo que me aparecían ideas suicidas, pero concluí que si ya me estaba
matando poco a poco para qué iba a acelerar el proceso.
Así fue transcurriendo mi
agitada adolescencia hasta que sufrí un cambio en el metabolismo y lo que antes
en mi cuerpo era calma chicha ahora era la tormenta perfecta. ¡Juventud divino
tesoro!... me fui a las barricadas, luché contra la hipocresía, pequé, pequé y
pequé. Me hice abanderado del eslogan hippie… ¡SEXO, DROGAS Y ROCK AND ROLL! El
sexo ante la falta de admiradoras con mi filosofía lo fui desenvolviendo de manera autónoma.
Con una flauta y mi mochila
me lo hice de Labordeta para conocer casi toda Andalucía. Pasaba las noches en
las estaciones de tren y fue en esos lugares donde realicé una licenciatura de
lenguas extranjeras qué más quisieran los Erasmus. Está claro que para entenderse
con cualquiera que no hable tu idioma solamente hace falta estar los dos iguales
de borrachos.
El viaje nos salía gratis
pues como la flauta no daba para mucho había que echar mano del ingenio. Si el
revisor te pedía el billete comenzábamos a sacar cosas de la mochila haciendo
como el que lo buscábamos. Después de sacar cinco pares de calcetines sucios y
otro tanto de calzoncillos era tal el habiente creado en el vagón que los demás
viajeros se daban puñetazos por abrir las ventanas y respirar aire puro,
preferían morir estrellando sus cabezas contra los postes de telégrafos antes
que en la cámara de gas. El revisor si no perdía el conocimiento, desistía de
su intento para evitar una catástrofe mayor.
Fue en la sierra de Huelva
donde peor lo pasamos. Al canto del gallo dormíamos plácidamente bajo un árbol
de la plaza del pueblo, creí soñar que flotaba y no era nada raro tras haber
pasado la noche adquiriendo mayores conocimientos espirituales de tres papeles.
Cuando abrí los ojos dije: -¡Coño que subidón!... todo fue terminar la frase y
dar con mis huesos en el suelo desde una altura de un metro setenta, a todo
esto un cateto corría despavorido gritando: -¡Un jamón que hablaaaa!. El pobre
hombre que era corto de vista nos confundió con dicho manjar creyendo que el
saco de dormir era el envoltorio, y por lo de la pringue como no había
diferencia ninguna, pensó que aquellos cinco jotas se les había olvidado a
algún despistado transportista, con lo que decidió cargarse uno al hombro y
llevarlo a su casa antes de que regresase el propietario. Desde aquel entonces
el cateto solo come pavo frío.
Fue a los pocos años cuando
la patria solicitó mis servicios y ante aquella llamada como un valiente me
presenté… con un motocarro cargado de papeles y certificados donde alegaba
hasta ser corto de picha por tal de librarme de la mili.
No hubo forma, al parecer el
país sin mi servicio no podía funcionar, menos mal que tuve suerte y me
mandaron cerquita…¡cerquita de Huesca, a Zaragoza!.
Aquí haré un paréntesis por
que como todo el mundo sabe con las historias de la mili se puede escribir un
libro.
A los quince meses me
devolvieron a casa, al parecer ya habían encontrado a alguien más competente
que yo, algo que no me explico que tardaran tanto en encontrar, si me hubiesen
dejado que yo lo buscase mi mili no hubiese durado ni diez segundos.
Llegué al principio del boom
inmobiliario, ya habían hecho otro cambio en el sistema educativo con lo que no
me permitían seguir repitiendo en el instituto, debía de comenzar desde el
principio…¡otra vez de parvulito en las monjas!... ¡de eso nada!. Me enchufaron
de peón albañil en una obra de Puerto Real, eso no era un enchufe eso era una
electrocución, y sin anestesia ni “na” me mandan al pañol y me dan un pico y
una pala, yo pregunté que donde se conectaban aquellos artilugios y me
contestaron: -para conectarlos hace falta la energía eléctrica que aun no está
instalada, aunque si te aligeras en hacer la zanja metemos los cables rapiditos
para que los puedas enchufar.
Más de quinientas viviendas,
dos kilómetros de zanja, mis dedos hasta hacía poco delicados se habían
convertido en el muestrario perfecto para un sex shop. De aquella época tengo
pocos recuerdos ya que mi vida consistía en dormir, pico, pala…dormir, pico,
pala.
Tanto se me nublaron los
sentidos que aun no sé como llegué a la
iglesia de Puntales y di el “sí quiero”,
fue la última decisión que tomé sin consultar con mi mujer.
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