sábado, 7 de abril de 2012


LA VIDA NO TRAE PROSPECTO
Dicen que la pereza es la madre de todos los vicios y yo como buen hijo siempre quise mucho a mi madre. No es que yo fuese flojo simplemente era lento de pensamientos, además mi cerebro no tenía don de mando con lo que el aparato locomotor no le hacía ni puñetero caso, me costaba trabajo hasta respirar pero desarrollaba mis pulmones bostezando. Si algún día me levantaba con ánimos de hacer algo enseguida reaccionaba y le pedía el termómetro a mi madre, ya que seguro que tenía más de cuarenta de fiebre y estaba delirando.
Pensaba mucho en cambiar, pero el tanto pensar me creaba ansiedad y esa ansiedad me estaba matando poco a poco, con lo que me aparecían ideas suicidas, pero concluí que si ya me estaba matando poco a poco para qué iba a acelerar el proceso.
Así fue transcurriendo mi agitada adolescencia hasta que sufrí un cambio en el metabolismo y lo que antes en mi cuerpo era calma chicha ahora era la tormenta perfecta. ¡Juventud divino tesoro!... me fui a las barricadas, luché contra la hipocresía, pequé, pequé y pequé. Me hice abanderado del eslogan hippie… ¡SEXO, DROGAS Y ROCK AND ROLL! El sexo ante la falta de admiradoras con mi filosofía  lo fui desenvolviendo de manera autónoma.
Con una flauta y mi mochila me lo hice de Labordeta para conocer casi toda Andalucía. Pasaba las noches en las estaciones de tren y fue en esos lugares donde realicé una licenciatura de lenguas extranjeras qué más quisieran los Erasmus. Está claro que para entenderse con cualquiera que no hable tu idioma solamente hace falta estar los dos iguales de borrachos.
El viaje nos salía gratis pues como la flauta no daba para mucho había que echar mano del ingenio. Si el revisor te pedía el billete comenzábamos a sacar cosas de la mochila haciendo como el que lo buscábamos. Después de sacar cinco pares de calcetines sucios y otro tanto de calzoncillos era tal el habiente creado en el vagón que los demás viajeros se daban puñetazos por abrir las ventanas y respirar aire puro, preferían morir estrellando sus cabezas contra los postes de telégrafos antes que en la cámara de gas. El revisor si no perdía el conocimiento, desistía de su intento para evitar una catástrofe mayor.
Fue en la sierra de Huelva donde peor lo pasamos. Al canto del gallo dormíamos plácidamente bajo un árbol de la plaza del pueblo, creí soñar que flotaba y no era nada raro tras haber pasado la noche adquiriendo mayores conocimientos espirituales de tres papeles. Cuando abrí los ojos dije: -¡Coño que subidón!... todo fue terminar la frase y dar con mis huesos en el suelo desde una altura de un metro setenta, a todo esto un cateto corría despavorido gritando: -¡Un jamón que hablaaaa!. El pobre hombre que era corto de vista nos confundió con dicho manjar creyendo que el saco de dormir era el envoltorio, y por lo de la pringue como no había diferencia ninguna, pensó que aquellos cinco jotas se les había olvidado a algún despistado transportista, con lo que decidió cargarse uno al hombro y llevarlo a su casa antes de que regresase el propietario. Desde aquel entonces el cateto solo come pavo frío.
Fue a los pocos años cuando la patria solicitó mis servicios y ante aquella llamada como un valiente me presenté… con un motocarro cargado de papeles y certificados donde alegaba hasta ser corto de picha por tal de librarme de la mili.
No hubo forma, al parecer el país sin mi servicio no podía funcionar, menos mal que tuve suerte y me mandaron cerquita…¡cerquita de Huesca, a Zaragoza!.
Aquí haré un paréntesis por que como todo el mundo sabe con las historias de la mili se puede escribir un libro.
A los quince meses me devolvieron a casa, al parecer ya habían encontrado a alguien más competente que yo, algo que no me explico que tardaran tanto en encontrar, si me hubiesen dejado que yo lo buscase mi mili no hubiese durado ni diez segundos.
Llegué al principio del boom inmobiliario, ya habían hecho otro cambio en el sistema educativo con lo que no me permitían seguir repitiendo en el instituto, debía de comenzar desde el principio…¡otra vez de parvulito en las monjas!... ¡de eso nada!. Me enchufaron de peón albañil en una obra de Puerto Real, eso no era un enchufe eso era una electrocución, y sin anestesia ni “na” me mandan al pañol y me dan un pico y una pala, yo pregunté que donde se conectaban aquellos artilugios y me contestaron: -para conectarlos hace falta la energía eléctrica que aun no está instalada, aunque si te aligeras en hacer la zanja metemos los cables rapiditos para que los puedas enchufar.
Más de quinientas viviendas, dos kilómetros de zanja, mis dedos hasta hacía poco delicados se habían convertido en el muestrario perfecto para un sex shop. De aquella época tengo pocos recuerdos ya que mi vida consistía en dormir, pico, pala…dormir, pico, pala.
Tanto se me nublaron los sentidos que aun no sé como llegué  a la iglesia de Puntales  y di el “sí quiero”, fue la última decisión que tomé sin consultar con mi mujer.

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