EL
MEJOR AMIGO DEL HOMBRE (UNO MISMO)
Desde que tengo uso de razón…
¡empezamos mal!...Desde que yo recuerde… ¡eso está mejor!... siempre he sido un
ferviente amante de los animales, entendamos por animales a todos aquellos
dentro de la zoología que no tienen capacidad de pensar… tampoco esta
explicación sea la más correcta, lo quiero que entiendan es que dentro de esta
clasificación no incluyo a la mujer ni tampoco al hombre (las damas siempre
delante). Aunque pensándolo bien también he sido un ferviente amante de las
mujeres o al menos lo he intentado, el problema que casi nunca obtuve buenas
respuestas, la mayoría de ellas no estaban interesadas en el arte por lo que no
entendían mi belleza abstracta. Digo casi nunca porque una vez me dijeron que
sí, fue hace treinta años y hoy en día es mi esposa. El día que acepto salir
conmigo fue tras una fiesta y creo que bebió demasiado pues a la mañana
siguiente se lo tuve que recordar e incluso jurarle por mi SANTA MADRE, por
compasión, por pena o porque no se le manchara el traje de sangre con los cabezazos
que me pegaba contra la pared, terminó por claudicar. Ha sido la condena más
larga en este país por dar positivo en un control de alcoholemia.
Como ven siempre me pasa lo
mismo, que me enrollo, me enrollo y termino por hacerme, como vulgarmente se
dice, “la picha un lío”. Aunque tampoco entiendo esto ¿cómo ha de ser la picha
de larga para que se pueda liar?
¿Por dónde íbamos?... ¡Ya!,
por lo de la fauna.
Desde pequeño me gustaron
mucho los bichos, pero siendo como soy a la hora de escoger una mascota elegía
las más extrañas. ¿Habéis oído hablar de algún tipo que criase un caracol durante
dos años?... ¡pues ese fui yo!. Me lo encontré flotando en un rio junto al
pantano de los Hurones, casi me caigo al agua por atraparlo y que no se
ahogase, me lo traje a mi casa y le pedí a Guillermo el de la frutería unas
hojas de lechuga. En una caja de zapatos le preparé una frondosa cama con el
citado vegetal y coloqué al caracol sobre ella, a continuación busqué una red y
la adosé a la parte superior de la caja con unas pinzas de tender.
¿Habrá algo más divertido
que ver como un caracol se pone pujo de lechuga hasta alcanzar la dimensión de
un balón de reglamento?... pues eso hice yo durante dos años. Después no quería
que mis hermanos me dijeran que era carajote, ¡ay alma cándida!
El día que se fugó el caracol fue para mí una
auténtica tragedia… ¡verán! No es que yo sea masoquista y me quiera maltratar
¿pero a quien coño se le puede escapar un caracol? Removí cielo y tierra
buscándolo, dejé mi casa en condiciones tan lamentables como cuando la policía
hace un registro, le cantaba… ¡caracol, caracol, saca los cuernos y ponte al
sol!, y ni por esa. El muy desagradecido después de salvarle la vida y
mantenerlo como a un hijo, que estuve a punto de matricularlo en el colegio
Amor de Dios, se marchó sin tan siquiera darme un beso de despedida, no me
importaba incluso que me hubiese llenado de babas.
Tras aquel duro golpe me
negué en redondo a ver los programas del Félix Rodríguez de la Fuente, me
importaba una mierda el rebeco, el lince ibérico y la madre que lo parió.
Todo cambió un verano que
cuando volvía al barrio después de una jornada playera, a la altura de los
depósitos de tabaco vi como una cría de gorrión caía de la rama de un árbol. Al
acercarme observé que se había roto una patita, mi primera intención fue
rematarlo con un adoquín para que no sufriera, pero… el pájaro lo adoptamos en
casa. Vivía a cuerpo de rey, tenía sus aposentos en un cajón de la mesa de
trabajo de mi padre, revoloteaba suelto por todas las estancias y bombardeaba
con sus cagadas a diestro y siniestro. Iba cojeando por el mantel picando todo
lo que le venía en ganas y si tratabas de espantarlo el muy cabrito te atacaba
como si fuese un pitbull. Esta discapacidad psíquica del ave fue debida a su
adicción al alcohol, ya que mi hermano Fernando, que siempre fue un niño tierno
y delicado, lo acostumbró a beber whisky.
Al final no recuerdo bien
como falleció, seguramente sería de una cirrosis hepática. Pero esto no me
causó ningún trauma, ya que el pajarraco se había convertido en un auténtico alien.
En mi época hippie me hice
de mi primera mascota peluda, ¿un gato?... ¿un perro?... ¡no, no!... UN
MURCIELAGO.
Lo amamanté con un biberón
que creé adaptando un cuentagotas. Ponía la habitación a oscuras, lo llamaba y
venía. Lo sacaba a la calle metido en una caja grande de cerillas.
Está claro que los niveles
de testosterona me salían por las orejas, no me comía ni un pimiento, con dicha
mascota ¿Qué mujer se me iba arrimar?
El pobre murió un día de
agosto en el que mi hermano Fernando se lo llevó de paseo. Mis mascotas con mi
hermano nunca fueron compatibles.
Hoy en día sigo teniendo
mascota, mi perro. Es un cruce de… más que un cruce es una rotonda de ocho
carriles con veinte entradas y salidas. Es el que mejor me recibe cuando llego
a casa y noto su gran calor… cuando me toca recoger sus excrementos con la
dichosa bolsita de plástico. El día que me falte lo echaré de menos pero por
fin me podré levantar a la hora que me venga en ganas.
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