miércoles, 28 de marzo de 2012


ESTO ES UNA PORQUERÍA
Una semana de levantera, esto es para volverse loco (aunque algunos  lo estábamos ya de antes… nunca es mala la ocasión para achacarlo al levante).
¡Eolo, Señor de los vientos, dios de la mitología! Vete al carajo unos días…El carajo no es picardía, simplemente lo he mandado a la canastilla del palo mayor para que haga de vigía. Después de varias jornadas traerá tal mareo que venderá su divinidad por un colchón, y ¡OJALÁ! que hasta navidades le perdure el resacón.
Hoy me falta inspiración y los dedos en el teclado son como los misiles de Irak, que nadie los encontró. Me he arrastrado hasta la farmacia buscando mi salvación.
-      Por favor Sr. Boticario ¿tendría pastillas de RAM para aumentar mi memoria?
Se ha leído el VADEMECUM desde la A hasta la Z, y sigo sin solución por no encontrar la receta.
Estoy tan pasmado como años ha en los CAMPILLOS…Jugábamos allí los chiquillos, por darles algún nombre a aquella jauría de niños asilvestrados, y si nos venía alguna necesidad (lo que entendemos por mear o cagar) lo hacíamos entre las hierbas no muy lejos de las vías. Ya que por mucho corrieras, si se venía la carga atrás, antes de llegar a casa pringabas las escaleras.
Viniéronles retortijones a un vecino muy querido, del cual no daré su nombre por pasar a ser difunto. No me cabe la menor duda que el día de autos almorzó un potaje de habichuelas, la cara como la cera, desabrochando el botón corría como un ladrón luciendo sus posaderas. La urgencia era importante pues ventoseaba constante a ritmo de ametralladora. Con sudores frio llegó hasta el muro de la FOISA, y olvidándose del pudor allí mismo se acuclilló, mientras los demás nos matábamos de risa.
Ser curiosos de niños es natural, lo que no era tan normal es que  aquel que fue a “cagar” después de una hora jiñando el mojón seguía colgando. Todos nos fuimos avisando y sin dejar de mirar el pepino llegamos incluso a apostar cuando sembraría el pino.
Cual sería nuestra sorpresa cuando se levantó el cagón y al ponerse el pantalón vimos que no era estreñido, y lo que todos pensamos que de caca era un colgajo, era un signo de buena salud, y aunque suene muy soez…¡ Eso sí que era un CARAJO ¡.
Pasaron mucho los años cuando siendo como fui conductor de Tranvía, debido a otro retortijón potajero quise como el avestruz meter la cabeza en un agujero.
Después de meterme entre pecho y espalda una berza que estaba para ponerle un piso me fui con mis bártulos a las dos de la tarde camino de cumplir con el servicio nombrado. Ese día tenía asignada mi faena en la línea número dos que recorriendo el Campo del Sur finalizaba su trayecto en Plaza de España.
Ya en la primera vuelta la suspensión del vehículo al rodar por el adoquinado fue poniendo en marcha mi barriga como si se tratase de una hormigonera. Mientras que hubo público yo por el escape iba soltando a la chita callando. Una vez que llegué a la parada de la iglesia del Carmen, miré por el espejo retrovisor y vi que el autobús se había quedado vacío.
¡Por fin solo!, me explayé. Fui soltando tales sonoras ventosidades que los cristales parecían que iban a estallar, tan aliviado me quedaba que me puse a cantar a voz en grito imitando al Pavarotti. A los pocos minutos llegué a la Plaza de España, paro mi autobús y hecho el freno de manos. Cuando más relajado estaba oigo el timbre y veo que se enciende la luz de parada solicitada.
¡Imposible, esto no puede ser, si no había nadie! Giré la cabeza y vi como una señora permanecía en la puerta del centro con la intención de bajarse y mirándome con una cara de absoluta repulsión.
Tras abrir la puerta y ver marchar a la viajera me quedé sumido en un trance, buscando una explicación a lo sucedido pude observar que el espejo retrovisor estaba mal colocado y no permitía ver al primer asiento situado justo tras de mí, para un mayor agravante en aquella época el puesto del conductor no estaba tan aislado de los viajeros como lo están ahora, entre los dos asientos solo había una pequeña mampara de cristal que iba desde la altura de mi cabeza hasta mi cintura.
Fue tal mi asombro que no fui capaz de pedir disculpas…¡aunque bien pensado… lo mismo le gusto mi canto, aunque fallara la orquesta!

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