DE
BUSCONES, LAZARILLOS, RINCONETES Y CORTADILLOS
Creo que en el título me he
pasado de longitud, parece más largo que el pregón del heladero. Aquel que a
golpe de pedal venía de la quinta puñeta. ¡Que arte! ¡que vozarrón!, no es que
fuera Camarón, pero con su proclama inundaba los oídos de alegría. Era como en
el calor del estío un viento fresco
- ¡Heladitooossss…
que riquito son… que riquito son!, ¡ay que taco Paco!
Aunque no le hiciera gracia
a Pedro (el del puesto), para él una competencia desleal pues Pedro lo de
cantar…¡Uf!, solo te cantaba las cuarenta cuando tu padre te mandaba a cambiar
las novelas de Marcial Lafuente, y la portada estaba manchada, alguna página
arrugada, incluso si al cowboy le faltaba un diente. - ¡Pedro, por favor, no me
des bronca tan dura!, ¡que mi padre es el dentista y en la próxima novela al
malo le pone la dentadura!.
El aburrirnos no tenía
cabida en nuestras seseras, no teníamos play station, ni nintendo. Eso sí una
tele en blanco y negro, pero como verla en color era nuestro afán se le pegaba
a la pantalla varias tiras de papel celofán. Si hoy siguiéramos así viendo la
televisión, creerían con toda razón que las peroratas del rey era la
proclamación del Día del Orgullo Gay.
No éramos malos quizás algo
pícaros, y si una brecha se abría de una atinada “pedrá”, allí no pasaba “na de
na”. Tras pasar por Cáritas un remiendo, y al otro día con las heridas de
guerra volvías a pisar la tierra y a compartir plazoleta con el que fue tu
enemigo. Primero miradas serias, como si odiases de veras… y todo se va al
carajo al llegar la regadera.
-¡Dale al chorro más fuerte!
Una patulea de niños arengaba
al conductor de la fuente errante. Niños de churretes, sandalias de gomas y
pantalones con tirantes. Así éramos los de antes, ¡ojo! no critico a los de
ahora, pero con tantos logos parecen propagandas ambulantes.
Corriendo en paralelo al
camión, terminábamos empapaos y acabando la vuelta al ruedo al Campillo del tirón.
Allí tumbados en la hierba dejábamos que el sol de agosto nos secara las
vestiduras.
Mientras a tu alrededor
volaban las libélulas de colores brillantes, te sentías como ausente hurgándote
la pringue que quedaba entre los dedos de los pies,-¡Ay qué asco!... dejaros de
tanto remilgos que era un auténtico placer.
El Zorca era un viejo barco varado
a varios metros de la orilla, la distancia exacta era…no seáis primaveras eso dependían
de los grados de la marea. Pero diré para vuestra información que era una gran escuela
para el aprendizaje de la natación. El curso consistía en lo siguiente: marea
llena, agarrado a los hombros de un hermano mayor te llevaba nadando a braza
hasta el Zorca y te subías al barco. Una vez subidos a bordo y sin ningún
previo consejo era tu propio pariente el que te daba el empujón, y al agua con
tu pellejo. Durante varios minutos te observaban inmutables como tragabas agua,
pataleabas, te hundías y si al minuto no salías a flote entonces se compadecían
y sacaban al monigote. Pero aquello no era maltrato, eran cosas de niños… pero
de niños hijos de…mi propia madre. Al final aprendíamos o moríamos en el
intento.
Uno de los juegos más
practicados era “el inmóvil”, era de carácter intelectual, desarrollaba más la
mente que el ajedrez. Sobre todo si cuando te daban el cate usaban un zapato.
Con el ímpetu que se lanzaban más de una vez fallaban y el tacón aterrizaba en
tu rapada nuca, con esto tu cabeza alcanzaba un notable desarrollo luciendo un hermoso
bollo.
¡El guerrero del Antifaz,
sin mover, sin reír…! Otro juego interesante. Hoy con la crisis y gracias a su práctica
más de uno encontró empleo fijo como estatua humana. Quizás Rajoy en su reforma
educativa lo ponga como módulo de formación profesional, aunque yo posiblemente
le mande una invitación a la Moncloa para que venga al BARRIO y juguemos con él
al “INMOVIL”
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