DICTADO MENTAL EN
TARDE GRIS
Aunque nos digan que no podemos vivir de los recuerdos,
pienso que en nuestras vidas es necesario otorgarles su importancia, tiempo y
lugar. A pesar de verlos como un sueño, pues con el paso de los años terminamos
mezclando la ficción con la realidad modelándolos inconscientemente a nuestra
conveniencia. ¿Pero qué seríamos sin ellos, máquinas de comer, dormir, defecar?
Los recuerdos de mi infancia son como el vaso de cristal que
al caer se hace añicos, quedan miles de porciones imposibles de unir para recuperar
su antiguo cometido y a pesar de su diminuta insignificancia pasan
desapercibidos hasta que un día con tus pies desnudos te posas sobre él notando
el dolor punzante y el brotar de la sangre.
No es el ¡ji,ji... ja,ja! lo que te forma como persona, es el
dolor y el sufrimiento lo que más te cala y termina por modelarte como la
escofina a la madera. Aunque la lija te suavice tras muchas pasadas, fueron
aquellos primeros golpes secos y cortantes los que dieron la inercia de lo que
al final te convertiste.
¿Realmente fueron tan felices los momentos recordados? ¿o los
adornamos más para que así lo parezcan?
Sin embargo los amargos aunque tratemos de olvidarlos siempre
aparecen sin encajes ni abalorios, punzantes como el diminuto cristal,
diciéndote al oído todos los pormenores de aquella atormentada experiencia que
hizo que tu corazón poco a poco se fuese endureciendo como la mojama.
Todos guardamos con memoria fotográfica secuencias de
nuestras vidas aunque apenas levantásemos un palmo del suelo, como aquella
primera vez que vimos la muerte de cerca llevándose a un familiar o a un amigo,
o aquellas lagrimas saladas que tragamos en soledad tras el primer desengaño
amoroso, también volvemos a mascar el odio hacia ese adulto que teniendo
nuestra educación en sus manos nos hiso sentir el más absoluto de los ridículos
exponiéndonos a las burlas de los demás.
Ocurre como cuando hablamos de la mili y la narramos con gran
parafernalia de simpáticas batallas, siendo lo único cierto que durante año y
medio fue un auténtico secuestro, pues obligatoriamente nos separaron de
nuestros apegos, nos gritaban, insultaba y amenazaban; obligados a besar a una
bandera... ¡cómo si un trapo pudiese sustituir a una novia o una madre!
Acababa de iniciar mi afición de ceramista cuando me llamaron
a filas. De la Plaza de Mina a Zaragoza, de la arcilla creadora al cetme
destructivo y todo por la PATRIA. Menos mal que allí me hicieron un hombre...
un hombre cargado de vicios.
Al volver ya no fui el mismo ni para lo bueno ni para lo malo.
¿Pero qué le vamos a hacer? la vida es una alegoría de las
olas del mar, que arrastran hasta la orilla basuras, tesoros y mensajes en
botella.
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