sábado, 16 de febrero de 2013


"TIC... TAC"

Vamos andando sobre la esfera de un reloj dando vueltas sin parar siguiendo unas agujas que nunca se detendrá y si echas la vista atrás solo tendrás sesenta segundos para dedicar a la añoranza, pues el segundero siempre avanza y arrolla a su paso con todo lo que pilla.
Hoy hice trampas y esperé que me alcanzara para de un salto sentarme en la manecilla, sentí el látigo pero no el flagelador, si no aquella atracción de feria de donde brotaban gritos de emoción por la subida de adrenalina en la inercia de cada curva, donde los chillidos con la música estridente y el chirrido de los rodamientos al roce con los raíles se mezclaban con olores dulces de algodón, piñonates, garrapiñadas y manzanas caramelizadas.
El viaje solo duró un minuto, he de volverme a bajar y esperar a la siguiente vuelta. Yo estoy en las y media, la veo venir por y cuarto, en menos de quince segundos daré de nuevo un salto pero esta vez he sacado ficha para los coches de choque. Mientras el mástil chisporrotea sobre la malla como un soldador invisible, el auto se va deslizando con suavidad. Ingenuo de mí que no le vi venir y me endiñó por popa un viaje que por poco aterrizo en la taquilla. Por mucho menos hoy estaría de baja laboral por un esguince de cervical.
-¡Qué morena más guapa la de aquel coche rojo!
Piso fuerte el acelerador para ver si la cojo ¡Qué pena! ya tocó la sirena y me tengo que bajar pues el tiempo manda.
Otro salto y a la aguja, probaré fortuna en la caseta de tiro, hay que ser más rápido que Willy "El Niño". Sujeto el plomillo con los dientes mientras con la culata entre las piernas tiro fuerte del cañón para plegar la escopeta y colocar el perdigón en su oquedad. De un golpe seco vuelvo a poner la carabina en posición de disparo, apunto, aprieto el gatillo y antes de que el balín rompa el palillo veo como el segundero se acerca peligrosamente, ya ha pasado de y veinte, no tengo tiempo de recoger el cigarrillo solo me quedan diez segundos para salir de la Feria del Frío y aun no jugué a la tómbola, ni subí al tren de la escoba, no me pude reír de mis complejos en la caseta de los espejos, no desahogué mis iras contra la pera de cuero, me quedaré con la curiosidad de ver la vaca de seis patas y a las hermanas Colombinas.
Las manillas del reloj de la vida me han devuelto a mi lugar y ahora prefiero relajarme escribiendo sin intención de volver a la "calle del infierno".

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