martes, 11 de septiembre de 2012


El final del verano

Cómo dice el Profesor... "despacito y sin hacer ruido", así se nos marchaba el verano. En aquel entonces hasta el sonido se hacía distinto, en la plaza Demis Roussos con sus baladas ganaban la batalla en las partituras de la sinfonola a las canciones de Georgei Dann. Cada vez se hacían menos frecuente las visitas de "la regaera", no les importaba a nadie que en aquel barrio las primeras lluvias no fuesen a llegar hasta finales de octubre, mientras estaríamos tragando el polvo que vomitaban las chimeneas asentándose en aceras, calles, azoteas, ropas y pulmones.
Cuantos corazones rotos dejaba el estío, al igual que Penélope esperó en la estación, muchos quedaron esperando la carta que nunca llegó, día tras día deseaban oír su nombre en la voz de Antonio el cartero. Para algunos su primera incursión en amor donde encontraron aquel beso furtivo y preso entre las rejas de un colegio, pero  aunque intercambiasen direcciones "dicen que la distancia es el olvido" y Navalmoral de la Mata estaba muy lejos. Esa era la población de aquellas colonias veraniegas que año tras año visitaban nuestro barrio.
El Maravillas, El Brunete, El Mar, El Delicias y El España dejaban de anunciar sus próximos estrenos, pronto echarían el cierre y por sus pantallas solo deambularían las salamanquesas que tomaría el relevo a Jerry Lewis, John Wayne y Bruce Lee. Hasta el año siguiente no habría más cortes en las películas, no nos darían la opción de gritar: -"CABEZA CABROOON"
Los techos de hormigón que en forma de parábolas cubrían las casetas de la playa se iban despoblando de las ruidosas pandillas que ambientaban el paseo marítimo, de las arenas se desmontaban los toldos y se guardaban las hamacas hasta la próxima temporada. Todo quedaba cómo un desierto a merced de los temporales, las puertas desposeídas de cerraduras daban paso a amores clandestinos que en aquellas casetas llevados por la pasión dieron como fruto un notable aumento de la población. También aquellas casetas sirvieron de vestuarios para las ligas de futbol que cada invierno enfrentaban a los distintos barrios.
Había que volver del mar a la plazoleta, cambiar las sandalias por gorilas, sacar los trompos y las bolas, jugar al futbol en parejas y al tercer córner penalti, bañarte en el barreño de cinc una vez por semana (el sábado tarde o el domingo de mañana), a las colecciones de estampas... - ¡Te cambio Iríbar por Pirri !... Y lo que era peor la vuelta al cole donde la letra con sangre entraba, ese era el método que nos aplicaban con la aprobación de la iglesia y al ritmo del cara al sol.
Así se despedía el verano para dar paso a un otoño de casetas en los campillos y con el sabor áspero del bocado a un membrillo.

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