El
final del verano
Cómo dice el Profesor...
"despacito y sin hacer ruido", así se nos marchaba el verano. En
aquel entonces hasta el sonido se hacía distinto, en la plaza Demis Roussos con
sus baladas ganaban la batalla en las partituras de la sinfonola a las
canciones de Georgei Dann. Cada vez se hacían menos frecuente las visitas de
"la regaera", no les importaba a nadie que en aquel barrio las
primeras lluvias no fuesen a llegar hasta finales de octubre, mientras
estaríamos tragando el polvo que vomitaban las chimeneas asentándose en aceras,
calles, azoteas, ropas y pulmones.
Cuantos corazones rotos
dejaba el estío, al igual que Penélope esperó en la estación, muchos quedaron
esperando la carta que nunca llegó, día tras día deseaban oír su nombre en la
voz de Antonio el cartero. Para algunos su primera incursión en amor donde encontraron
aquel beso furtivo y preso entre las rejas de un colegio, pero aunque intercambiasen direcciones "dicen
que la distancia es el olvido" y Navalmoral de la Mata estaba muy lejos.
Esa era la población de aquellas colonias veraniegas que año tras año visitaban
nuestro barrio.
El Maravillas, El Brunete,
El Mar, El Delicias y El España dejaban de anunciar sus próximos estrenos,
pronto echarían el cierre y por sus pantallas solo deambularían las
salamanquesas que tomaría el relevo a Jerry Lewis, John Wayne y Bruce Lee.
Hasta el año siguiente no habría más cortes en las películas, no nos darían la
opción de gritar: -"CABEZA CABROOON"
Los techos de hormigón que
en forma de parábolas cubrían las casetas de la playa se iban despoblando de
las ruidosas pandillas que ambientaban el paseo marítimo, de las arenas se
desmontaban los toldos y se guardaban las hamacas hasta la próxima temporada.
Todo quedaba cómo un desierto a merced de los temporales, las puertas desposeídas
de cerraduras daban paso a amores clandestinos que en aquellas casetas llevados
por la pasión dieron como fruto un notable aumento de la población. También
aquellas casetas sirvieron de vestuarios para las ligas de futbol que cada
invierno enfrentaban a los distintos barrios.
Había que volver del mar a
la plazoleta, cambiar las sandalias por gorilas, sacar los trompos y las bolas,
jugar al futbol en parejas y al tercer córner penalti, bañarte en el barreño de
cinc una vez por semana (el sábado tarde o el domingo de mañana), a las
colecciones de estampas... - ¡Te cambio Iríbar por Pirri !... Y lo que era peor
la vuelta al cole donde la letra con sangre entraba, ese era el método que nos
aplicaban con la aprobación de la iglesia y al ritmo del cara al sol.
Así se despedía el
verano para dar paso a un otoño de casetas en los campillos y con el sabor
áspero del bocado a un membrillo.
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