Lluvia infantil
Tiré de la cuerda y observé como las baldas de madera se
abrazaban unas a otras elevándose hasta convertirse en un rodillo que se
columpiaba del hueco de la ventana asido por dos cáncamos. El gélido invierno
inundó la habitación rápidamente y tras cerrar la ventana corrí los visillos. Hoy
el sol no se pudo asomar por el entramado metálico de la Torre, el vaho en el
cristal empañaba de turbidez el baile de las barquillas mientras que sus
mástiles desnudos de velas latinas dirigían el son de la música húmeda al
viento surgido del ocaso y sus proas asentían hundiéndose en la bahía.
Mal día para plazoleta, la lluvia creará un pantanal que
impedirá que ruede la pelota y hasta que empiece "Bonanza" las horas
se harán aburrida e interminables. Tendré que convencer a mi madre para que me
deje bajar al "techillo", le prometeré que no ahogaré a los
"Gorilas" metiéndome en los charcos. Al menos junto a la
"Botica" podremos jugar a mangüiti.
Queda la esperanza de que el domingo amanezca mejor, que después
del chaparrón haga una buena mañana para acercarnos a los juncos y coger
algunas ranas o ver algún partidillo de los mayores en el campo de Aviación,
siempre con la ilusión de que alguno de mis hermanos sea el que marque un gol.
Yo a mi corta edad ya tengo bastante claro que no seré pelotero pues cuando
escogen equipos mi elección siempre se deja para el final y normalmente tras de
mí nunca queda nadie. Aunque lo siga intentando mi cabeza, mis pies y el balón
siempre se están enredando y lo malo que en el puesto de Pedro no venden
caramelos para la coordinación.
Aquí sigo esperando a que escampe mientras noto en mi frente
la frialdad del cristal y el golpear de las gotas que se estrellan contra él en
un redoble desacompasado. Ya va siendo hora de tomar una decisión pero antes no
desaprovecharé la ocasión para dibujar con mi dedo un muñeco caduco en un
lienzo de vidrio y aliento.
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